<span style="font-weight: bold; font-size: 8pt;">Por: Dra. Mónica Villagómez de Anderson, Presidenta del Directorio de la Bolsa de Valores de Quito, Vicepresidenta del Instituto Ecuatoriano de Gobernanza Corporativa<br /> </span><br /> En los 90, con la caída del Muro de Berlín y el desmembramiento de la Unión Soviética, se produce un nuevo orden económico mundial. Aumentó el flujo de capitales entre los países y regiones, con la consiguiente apertura de los mercados y nos encontramos frente a una bonanza económica que condujo a la expansión del crédito y de los negocios financieros en general; apreciación de los activos inmobiliarios y financieros; consolidación de la ingeniería financiera; aparición de grandes conglomerados bancarios y de servicios; privatizaciones, entre otros aspectos. Continuó el sistema de desregulación y nos despertamos de ese ambiente permisivo con las grandes crisis que tuvieron afectación mundial como fueron en México el efecto tequila; en Rusia el efecto vodka, en Argentina el efecto tango, el Sudeste Asiático, Latinoamérica, etc.<br /> <br /> La crisis de la regulación fue palpable, porque los hechos económicos se le adelantaron y el ritmo vertiginoso de la innovación del sector financiero le superó en mucho, al igual que pasó con la supervisión. También fue palmaria la crisis de la autorregulación, pues rebasó sus propios límites.<br /> <br /> La consecuencia inmediata fue el reforzamiento de la regulación y de la supervisión, tendencia que se mantiene hasta ahora. Nadie puede olvidar la caída de algunos bancos a causa de las hipotecas subprime, todo lo cual se profundizó con la baja del precio de las viviendas, de los commodities y del petróleo, el menor consumo, el desempleo, el desplome de Lehman Brothers, y AIG, que desembocó en el salvataje de las empresas con un alto costo económico y social. Indudablemente fue una crisis financiera, pero debemos enfocarnos en las causas. Estas se concretan en algo que a veces no queremos o no nos gusta ver y son: la crisis ética y la crisis de gobierno corporativo de las empresas y del sector financiero.<br /> <br /> Falta por reflexionar en la crisis de Gobierno Corporativo y en el valor intrínseco que tienen las buenas prácticas, pues velan por la correcta asignación de poderes y responsabilidades entre el directorio, la gerencia y los accionistas, estableciendo pesos y contrapeso, para lo cual estipulan reglas para alinear y gestionar los distintos intereses, convirtiéndose en una herramienta transversal para medir y administrar todos los riesgos de un negocio.<br /> <br /> Se preguntarán la razón de esta afirmación, por lo que es pertinente evidenciar la utilidad y el valor agregado que el Buen Gobierno Corporativo comporta. Hay que concentrarse en un componente indispensable que es el Directorio, órgano destinado a establecer la estrategia de la organización. Este es el momento en el que las empresas ecuatorianas deben tener directorios y revisar su estrategia en relación a las nuevas condiciones económicas del país, que obligan a ser proactivos. Para algunas puede ser un momento de oportunidades que las deben aprovechar y para otras un período de fortalecimiento y reestructuración interna que les permita afrontar las vicisitudes. También es el tiempo para que los Directorios vigoricen su obligación de supervisión, porque en las crisis hay mayor tendencia al desconcierto, al desorden, a la anarquía, con los consecuentes efectos que esto trae. Son los directorios, hoy más que nunca, los llamados a detectar los riesgos de la organización, dictar las políticas para gestionarlos y velar por su cumplimiento. El sector financiero y no financiero en época de crisis, de manera voluntaria debería refugiarse en la Buena Gobernanza.<br />